Por Pedro Lluch
La sauna es un cubículo de listones claros y perspectivas bien ordenaditas, de luces sin filos, de movimientos lentos, de nubes transparentes y silencios espesos, a veces incómodos, espacio de clausura donde uno puede encontrarse a si mismo y asistir al espectáculo del propio cuerpo abriéndose y saliendo a respirar por todos los poros de la piel.
Mi nacionalismo catalán es de vía estrecha y mirada miope y egoísta: en realidad es tan estrecho como un un vestido enterizo que aprieta y ciñe cada uno de los pliegues de mi piel. Mi nacionalismo, circunscrito a mi piel, es la frontera última de mis verdades más sólidas: más allá de esta frontera, allende mi piel, las certidumbres, las seguridades se deshacen y disuelven, se agrupan en goterones grasientos que resbalan y caen. Y dejan soles grises en la madera.
Me llevo las manos a la cabeza, y de mi frente recojo sudor; me meso los cabellos y los noto húmedos; las piernas enrojecen; el calor hace insoportable el peso de la toalla con la que he entrado, la aparto; el sexo ha empequeñecido (¡más!); los músculos carecen de fuerza, pierden el tono; la respiración entra quemando el bozo. Cierro los ojos, me apoyo contra la pared (que quema). Me imagino disolviéndome. Me imagino que el proceso de licuefacción no se detiene. Me imagino que me deshago, gotas de sudor, grumos de vísceras, heces, huesos que se astillan y desmontan, cúmulo de restos a mis pies. Ya me he disuelto tanto que apenas puedo verme. Oigo el clac seco de mi cráneo cayendo al suelo, rodando entre despojos, la mandíbula se desgaja, el cráneo choca (otro clac seco) contra la pared y queda quieto. Ya me he disuelto tanto que no soy. Soy otra cosa. Soy cosa. Cosa no más. Hasta que abro los ojos.
Un ruido me ha sacado de la fantasía escatológica en que me ha sumido la sauna y mi búsqueda de mí mismo. Alguien se mueve en la antesala. Oigo una ducha. Y se abre la puerta.
Una bella mujer entra en la sauna. Me dice hola, y apenas puedo esquinar una sonrisa a modo de respuesta. Se sienta en la banqueta de abajo y extiende la toalla para luego tenderse cuan larga es encima.
Yo no me he podido ni tapar. No importa, pues ella ni me ha mirado, aparte de un escueto hola que ya he reseñado y que aún resuena en las oquedades de mi cerebro gelatinosolaholahola; ella se ha destapado sin pudores. Da lo mismo. Como que está uno para ligues a los 80ºC que asfixian en el interior de la sauna.
Sigo sudando. La clepsidra sigue vaciándose. Yo también.