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La polilla del siglo XXI

por Robert Lozinski
(Imagen en contexto original: pinterest)

 

Con llamarle «loco», «criminal de guerra» o cualquier otra cosa a Vladímir Putin, Joe Biden no hace ningún favor a la causa ucraniana. Uno puede entender perfectamente que esto le  funciona con el público americano y europeo y también sirve sus intereses políticos, ya que, tildando al presidente ruso de «asesino de niños y mujeres», Biden quema todos los puentes de negociación. Aunque quizá eso es lo que busca.

Podría creerse que quienes desconfiamos de Biden no condenamos la guerra, y no es así. La condenamos todos los mínimamente dotados de lógica, razón y corazón. Pero creo que es hora de entender que los rusos están aquí, a nuestra vera, y que no se van a ir nunca por mucho que nos  gustara verlos desaparecer; de una buena relación entre todos nosotros depende la paz de este continente.

No hay pueblos buenos y pueblos malos. Todos los países poderosos de Europa han cometido a lo largo de su historia —y algunos repetidamente— atrocidades, así que menos acusaciones;  hay que poner a todos esos políticos inútiles, que no sirven para nada cuando más falta hace, a negociar de una vez una paz para Ucrania.

Tampoco sirve de gran ayuda la retórica burlona de algunos periodistas estadounidenses y europeos. Putin no parece dar la impresión de ser solo un rancio nostálgico de la Unión Soviética. Tendrá sus recuerdos, no lo discuto, al igual que todos los que  nacimos alli, pero atribuir lo que hace ahora a no se sabe qué secuelas causadas por las vivencias del pasado, es un disparate.  Hoy por hoy Putin está empapado de Rusia y Rusia de Putin; es decir, la política rusa actual es la misma que hace un siglo, dos o tres.

La etapa de Putin como funcionario en el KGB no le trajo ningún logro profesional espectacular, pero le adiestró en la paciencia —leí en un reportaje de un periodista rumano, que entrevistaba a una familia de cineastas ucranianos refugiados, que de joven su mote era «polilla»— y le ayudó a formar un entorno de amigos con los que colaboraría después para adueñarse, juntos, de Rusia. Tacharlos de corruptos no vale. Lo han  sido todos los presidentes absolutistas postsoviéticos, y con todos ellos Occidente ha procurado mantener buenas relaciones y ha hecho pingües negocios.

Las tropas de Putin no avanzan por Ucrania en “marcha militar”, sino que la carcomen, destrozándola lentamente. Los líderes europeos más importantes dan signos de impaciencia; han empezado a calcular las pérdidas provocadas a la economía por las sanciones tan bravuconamente anunciadas al principio. Los clásicos de la cultura rusa son repudiados en Occidente, sin embargo, el ruso se habla ahora más que nunca, sobre todo en los países que han acogido a un gran número de refugiados. Debido a esa ola rusófoba a nivel mundial, ha crecido de manera espectacular la cantidad de preguntas virtuales relacionadas con todo lo ruso: de personajes históricos medievales a youtubers de consumo diario.

Y todo ello, gracias a Putin que, con paciencia de polilla continúa  con su plan hasta que, al final,  acabemos todos apolillados.

 

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