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Contra la ideología de género General

La irresponsabilidad de Juana

por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original: el correo

La última vez que hablamos cara a cara, me suplicó con lágrimas en los ojos que no dejara de escribirle. No me dejes olvidar.

En el año que llevábamos separados, había pasado de ser el mejor padre del mundo a ser el peor enemigo de sus hijos: no venía a buscarlos los fines de semana que le correspondía, no los llamaba, no les cogía el teléfono y, cuando se cruzaba con ellos a diario, fingía que no los conocía.

– ¡Si ya no nos quiere, ¿por qué no se va a otro sitio para que dejemos de sufrir?!- gritaba mi hijo de doce años.
– ¡Llama a la Guardia Civil para que le echen de aquí! -me exigía mi pequeña de diez.

Por supuesto, tampoco pasaba la pensión alimenticia. Desde la perspectiva de género, soy una mujer maltratada, una víctima. Y el padre de mis hijos, un maltratador que hacía daño a mis hijos sólo para joderme a mí.

Sin embargo, en las cosas del amor no hay verdades absolutas.
Él sólo era un hombre desarbolado y sin brújula. No actuaba movido por el rencor, sino por la deriva autodestructiva en la que estaba inmerso; estaba tan desesperadamente perdido, que todo lo que hacía o dejaba de hacer le perjudicaba. Y yo sabía que, a su extraviada manera, nos quería.
Pero hacía tanto daño a sus propios hijos, nos abría tantas vías de agua, nos arrastraba tan rápido hasta el fondo, que la compasión era un lujo que no podía permitirme. Y tuve que desatar una odiosa guerra contra él.

No dejes de escribirme, me había dicho.
Y yo le escribía para golpearle, para obligarle a mirarse en el espejo, para que dejara de arrastrarnos al infierno, para proteger a mis hijos… Y, también, para dejar una luz encendida en la oscura noche. Busca dentro de ti, en algún sitio tienes que estar.

Me llevó dos años cortar los cabos que nos ataban al lastre. Entonces él se retiró a su guarida y dejó de ser una amenaza inminente para nosotros.
Pero seguí escribiéndole, para que la desmemoria que tanto temía no acabara con él.
Le contaba cosas de sus hijos y a veces adjuntaba fotografías para que, de alguna manera, los viera crecer. Nunca contestó. Tampoco yo lo necesitaba: sabía por otros que me leía.

Al mismo tiempo, ayudé a nuestros cachorros a comprender que su padre no había dejado de quererlos. A que vieran el abandono paterno como un acto de amor hacia ellos: no podía cuidar de sí mismo y se había alejado para no hacerles más daño. Y cuando él murió hace tres años, pudieron llorar al gran padre que un día fue.

Pero no os dejéis engañar por la literatura, también he sentido rabia y ganas de matar. Durante los años más duros fantaseaba con mandarle unos sicarios que le dieran una paliza y un mensaje de cinco palabras: “Esto va por tus hijos”. Pero eso sólo habría servido para vengarme, no habría solucionado nada. Y, además, si salía mal podría dar conmigo en la cárcel.

Saltarme la ley no era un riesgo que pudiera correr: si me detenían, los niños se quedarían sin padre y sin madre. Cuando tienes que defender a tus hijos del autor de sus días, sopesas mucho las consecuencias que tus actos podrían tener para ellos.
Por eso nunca me he creído la historia de Juana.

Esa carita de máscara griega, ese clínex siempre arrugado cerquita del rímel corrido, esos bracitos abiertos a lo Jesucristo… Los medios nos la presentaron como la víctima de un monstruo, y cubrían la noticia como si se tratara del desembarco de Normandía. Pero por mucho que ella fingiera llorar en el telediario, yo seguía sin creerme nada. De modo que, curiosa como soy, empecé a investigar.

Francesco y Juana se conocieron en Londres en 2005 (en algunos medios dicen 2007), y cuando ella se quedó embarazada, se trasladaron a Granada. Ella regentaba una tienda ecológica y él cuidaba del hijo de ambos, muy alternativo y feminista todo. No parece que Francesco dé el perfil de machirulo opresor, los tíos de Forocoches lo llamarían planchabragas.

En 2009 Juana se fue de marcha y volvió casi a las seis de la mañana, algo que, según Francesco, era muy habitual. Tuvieron una bronca, ella empezó a romper cosas y, cuando fue a emprenderla con el ordenador, Arcuri forcejeó con ella y le hizo daño. Juana se marchó a urgencias y le puso una denuncia por violencia de género.

El abogado de Francesco le recomendó declararse inocente, pero con la LIVG eso significaba orden de alejamiento durante los meses que tardara en salir el juicio (no olvidemos que su papel en la familia era cuidar del niño); de modo que aceptó declararse culpable. Fue condenado en conformidad por un delito de lesiones en el ámbito familiar (artículo 153.2 y 3 del Código Penal), penado con 3 meses de prisión y un año de alejamiento.

Más tarde, Juana se marcharía unos meses de mochilera con una nueva pareja, y dejó a su hijo al cargo de Arcuri, prueba incontestable de que ella sabía que el niño no corría peligro alguno con su padre. Pero aquella relación no cuajó, y antes de que acabara la orden de alejamiento, Juana y Francesco volvían a estar juntos. En 2012 se fueron a vivir a Italia y tuvieron otro hijo.

Ella cuenta que allí vivió un infierno de malos tratos, pero no hay ninguna prueba de ello. No puso ninguna denuncia en Italia, los clientes del alojamiento rural que regentaban decían que se les veía muy felices, los psicólogos que han examinado a los niños no han visto ningún indicio de que hayan sufrido maltrato o hayan visto maltratar a su madre… Este no es un dato baladí, pues a un psicólogo le resulta relativamente fácil detectar cuando un niño es víctima o testigo de malos tratos. Cuando mi hija tenía 12 años sentía tanta rabia hacia su padre, que la llevé a una psicóloga para que la ayudara a librarse del rencor que la estaba envenenando. En una de las sesiones, la terapeuta le pidió que imaginara que una silla era su padre y le dijera todo lo que quisiera. Pues, bien, la niña ni siquiera tuvo valor para levantar la cabeza y mirar a la silla. Porque esas son las cosas que hacen los niños que sufren algún tipo de maltrato.

Pero, a pesar de que no había pruebas que avalaran la versión de Juana, los medios seguían diciendo que Francesco la torturaba, nos contaron que el hijo mayor se había interpuesto entre ella y su padre para que no la pegara más, nos hablaron de “miedo insuperable” (que también aparece en el caso de la Manada), estuvieron en todas las concentraciones del «Juana está en mi casa»… Las feministas escribieron el guión y sacaron a la gente a la calle, Juana interpretó su papel y los medios echaron toda la leña que pudieron a la hoguera de Francesco Arcuri, quien, según he leído, ha interpuesto querellas contra las anarosas de España.

Probablemente a Juana Rivas le haya pasado lo que a muchas mujeres: el marido y la vida que implicaba estar con él, se le quedaron pequeños. Probablemente empezaría a asfixiarse. Como me asfixiaba yo.

Pero las decisiones que había tomado en los últimos años le ponían difícil separarse: no tenía más medio de vida que trabajar con su pareja, estaba en un país extranjero, sus hijos estaban escolarizados allí… No le habría resultado fácil que la Justicia le permitiera sacar a los niños de Italia. Y, probablemente, cuando llegó a Granada comentaría su situación con las amigas feministas, que debieron decirle: “Eso está hecho, déjanos a nosotras”.

A mí, que he vivido el sufrimiento de mis hijos por el abandono de su padre, me resultan odiosas las mujeres que hacen todo lo que pueden por privar a los niños de la figura paterna. Pero comprendo la lógica por la que Juana volvió a denunciar a su pareja por un maltrato imaginario, pues es lo que muchas  hacen para conseguir ventajas en el divorcio. De hecho, se ha convertido en una estrategia habitual de muchos abogados, especialmente los que trabajan a la sombra de asociaciones feministas. Que, no olvidemos, viven de las subvenciones: cuantas más denuncias, más dinero y poder para ellas.

Pero ellas sabían que todavía no habían conseguido su objetivo, esto es, que la palabra de una mujer baste para condenar a un hombre de por vida. Y como corrían el riesgo de que la Justicia no les diese la razón -Juana no tenía ni una sola prueba del presunto maltrato-, «la madre de Maracena» vilipendió a Francesco ante las cámaras, arropada por asociaciones feministas que desde entonces no han dejado de agitar la calle para influir en la opinión pública y obtener -eso creían- una sentencia favorable. Y, aconsejada por ellas, desobedeció las órdenes judiciales que la obligaban a entregar a los niños y cometió delito de sustracción de menores. Es decir, se saltó la ley.

Juana Rivas no pensó un solo momento en las consecuencias que aquello podría tener para sus hijos. Metafóricamente hablando, llamó a los sicarios.
Y la han pillado.

http://www.elmundo.es/andalucia/2018/07/28/5b5b6c96e5fdeacc628b4598.html

https://www.mateobuenoabogado.com/blog/arcuri/

Desde que escribí este artículo, la justicia española y la italiana han hablado. Y la han condenado:

https://www.elmundo.es/espana/2019/03/20/5c927a0e21efa036768b46dd.html

https://elpais.com/sociedad/2019/03/14/actualidad/1552573792_003735.html

5 respuestas a «La irresponsabilidad de Juana»

Me gusta la gente que se informa y documenta antes de hablar de algo o alguien, los que hablan con las pruebas y hechos constatados y no se dejan llevar y arengar por los grupos y personas manipuladores que deforman la realidad de forma grotesca, tergiversan los hechos y mienten sin reparo alguno con tal se conseguir sus intereses, por ello la felicito por su brillante exposición se los hechos y lamento que en su caso personal no finalizara de una mejor forma.

¡Mágnífico artículo Marisol!
Y absolutamente recomendables los dos artículos de los enlaces que adjuntas.
Es la historia de dos víctimas.
Juana, víctima en primer lugar de su frustración vital en un matrimonio que le quedaba pequeño, posteriormente de un asesoramiento legal parcial e incompetente y finalmente convertida en la nueva mártir del populismo feminista.
Francesco, víctima de su buenismo en su relación con Juana y de un asesoramiento legal parcial e incompetente que le llevó a una conformidad penal que lo marcó como maltratador de por vida.
Para mí, la gran irresponsabilidad de Juana, como la de tantas otras mujeres, ha sido judicializar su fracaso personal.

Sí, es lo que yo veo en todos estos casos con los que nos bombardean últimamente: mujeres que quieren cargarnos a todos con las malas decisiones que han tomado. A este paso, a las mujeres nos acabarán declarando menores de edad.

Nunca había oído hablar de esa Juana, no sé qué es Forocoches, ni Ana Rosa, ni Maracena, y de Normandía sólo conozco los quesos, pero si las feministas militantes defienden a esa caballera estoy seguro de que algo habrá hecho. Segurito.

La mejor prueba de que las feministas desgañitoides mienten es la foto. No puede ser que Juana esté en tantas casas a la vez, oiga. A menos que Juana sea un neutrino, las leyes de la física lo prohíben. El feminismo español entra en el peligroso terreno místico-alucinatorio-supersticioso.

O será que todas esas señoras estaban colocadas.

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