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Putin y el aislamiento de Rusia

por Robert Lozinski

El aislamiento de Rusia es cultural. Los rusos se aíslan de todos también por razones de seguridad geopolítica, de integridad territorial y de pureza espiritual. Todo lector recuerda profundamente la última frase de “El Idiota” de Dostoyevski que dice: “Europa es una pura fantasía y nosotros, en esa Europa, somos también una fantasía”.

¿Por qué quiere Rusia aislarse? Porque el ruso no acepta ninguno de los valores que propone Occidente. Al ruso le basta con lo que tiene: un país enorme, fuerte y rico, aunque muy poca de esa riqueza se encuentre en sus propios bolsillos. El hombre occidental es incapaz de entender el hecho de que se puede estar orgulloso de algo que no aporta beneficios personales.

Vladimir Putin ha ganado las últimas elecciones con el 76% de los votos. Occidente explica esta victoria colosal a su manera: el control total del estado por un solo hombre, la falta de una democracia real.

Conociendo un poco este pueblo, habiendo crecido y habiéndome educado a su lado, podría decir que para un ruso lo ruso es lo más importante. Y Putin lo representa; representa todo lo ruso, todo el espíritu de esta nación. Putin ofrece una imagen de firmeza, la imagen de un líder que sabe lo que hace mientras que la oposición no logra transmitir un mensaje claro. A los liberales en Rusia no los quieren; nunca los han querido demasiado. Con el liberalismo se inició en Rusia, según Dostoyevski, la época sin Dios, la época en que todo estaba permitido. El liberalismo occidental, para el escritor ruso, era fuente de pecado, de desobediencia a la autoridad y de desorden social. Y a Dostoyevski en Rusia se le cree y se le tiene en mucho. Los rusos tienen a sus propios escritores, pensadores, pintores y compositores a los que escuchan, a los que creen y a los que aman. Y tienen asimismo a sus propios santos, a los que adoran. Durante mi último viaje a España con un grupo de alumnos estuvimos en Toledo. Una familia rusa resumía su visita a la Iglesia del Cristo de la Luz con la frase “Kakieta ijnie sveatye”, que en español significaría: «nuestros santos son mejores que los suyos».

Se habla mucho últimamente del intento de asesinato con un gas venenoso del espía ruso Serguei Skripal y de su hija en Londres. Se acusa de ello a los servicios de inteligencia rusos y al mismo Vladimir Putin. En cualquier país occidental una noticia así provocaría un gran alboroto, pero en Rusia esto no ocurre. Allí nadie cuestiona lo que hacen las fuerzas de seguridad del estado. Y Vladimir Putin representa este estado, es el Presidente-Estado.

Occidente acusa a Putin de desencadenar con su política una nueva guerra fría, lo que hace que las discrepancias entre Rusia y las democracias occidentales parezcan aún más profundas. Y eso asusta a la población, ya que ningún ruso quiere volver al pasado soviético. Putin lo entiende muy bien y sabe que lo que tiene que lograr es ofrecer a los rusos condiciones de vida occidentales en su propio país, y que las promesas de convertir Rusia en una nación independiente y fuerte ya no son suficientes.


Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

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