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Educación General

Un ojo por un croissant

por Robert Lozinski

En el patio de la escuela dos niños jugaban al fútbol con un croissant. Les llamé la atención diciéndoles que aquello era para comerlo y no para patearlo. Uno de ellos me contestó con desdén: “Nos lo vamos a comer después”. Quise decirles algo, explicarles tal vez… pero no lo hice. “Sí, chicos, lo vais a comer”, pensé, no obstante, para mis adentros. Todos terminamos por comernos, tarde o temprano, lo que pisamos, escupimos, ensuciamos.

¿Pero de dónde viene este desprecio por la comida? ¿Cuál sería su origen? ¿La abundacia? ¿La mala calidad de lo que comemos? ¿La falta de hambre, de hambre verdadera, prolongada, enloquecedora?

Seguro que estos niños lo vieron hacer en sus familias. Vieron cómo sus padres tiraban la comida a la bolsa de la basura, cómo en el frigorífico se estropeaban los alimentos, amontonados y olvidados, y que olían mal, cómo los restos del plato, comestible hace poco, se podían transformar en seguida en desperdicios.

Mi abuela me solía decir que en el plato dejo mi fuerza. Eso se les decía a todos los niños. Los niños no preguntaban qué quería decir la expresión. ¿Cómo que se dejaban la fuerza en el plato? Los niños antes no hacían tantas preguntas. Acababan la comida todo serios, decían “gracias”, y se iban a sus cosas.

Sí, el alimento es la fuerza del hombre. Imaginémonos un día sin comer. Imaginémonos una guerra, una hambruna. Tres días sin probar bocado y por un croissant pisoteado seríamos capaces de sacarle un ojo a cualquiera.


Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

10 respuestas a «Un ojo por un croissant»

Por no hablar de las montañas de juguetes que acumulan los niños -incluso los más pobres-, y que nunca les han despertado el más mínimo interés. O las toneladas de productos de cosmética que atesoran muchísimas damas -no siempre acaudaladas- y que a menudo ni recuerdan ya haber comprado. O las carretadas de medicamentos, empezados o no, que abarrotan los botiquines de todas las clases sociales. O los cargamentos de chuches que se regalan los niños en el colegio para su cumpleaños. O los uniformes de ciclista/jogger/furbolista imprescindibles para hacer el bandarra en el descampado de la esquina. O las bicicletas estáticas que duermen eternamente en un rincón del dormitorio. O…

Pero que conste que en cuanto salgamos de la crisis me voy a comprar un Porsche para ir al Carrefour.

Y ¿por qué pone contra ti a las madres?
La foto no es del franquismo. Ni siquiera es en España (por cierto, aquí no tenemos tradición de bendecir la mesa. Al menos yo, que me eduqué en un colegio católico, no estuve en ninguna casa en la que se hiciera).

Conociendo – o desconociéndola- un poco la historia de esa época pensé que era del franquismo. Pero son muy simpáticos rezando. En cuanto a tu pregunta te voy a decir que las madres rumanas, por ejemplo, han cambiado mucho. Se ponen muy agresivas si a los niños les llamas la atención por lo que sea. Los dejan muy libres y por tanto los malcrían y los maleducan. Es decir no los educan en absoluto pensando que así serán más independientes. Pero ocurre al revés: no muestran ninguna gana de independizarse,son brutales y vagos. Pensé que lo mismo ocurrió en España. Muchas actitudes se han globalizado.

Aquí está pasando lo mismo. Entre que los padres han renunciado a educar a los hijos y que el sistema educativo fomenta la vagancia, la irresponsabilidad y el «porque yo lo valgo», estamos criando a unas generaciones mimadas y débiles.

No estoy de acuerdo en que los padres renuncien a educar a sus hijos –haberlos los habrá por que hay de todo–, no se puede generalizar –como en nada, por otro lado– porque hay una gran diversidad de conductas. Lo que ocurre es que nuestros abuelos y padres pusieron el listón muy alto, habían salido de una guerra y una posguerra y no estaban para digresiones: hay que comer , pues se come; hay que estudiar, pues se estudia; hay que callar, pues se calla; etc. Sólo había una voz, una autoridad. Ahora es más complejo, hay otras voces y otros ámbitos –como diría Capote–, otras autoridades… otros horrores. Antes te indicaban el camino, sólo había uno; ahora es más complicado, tienes que lidiar en muchos frentes; pero creo –como en casi todo– que nunca se ha estado más preocupados por la educación de los hijos que en nuestros días, si no, entre otras cosas, no estaríamos hablando de ésto en estos momentos.

En parte estoy de acuerdo contigo. Las privaciones parece que simplifican mucho las cosas por un lado, complicándolas por el otro. El combate es sólo uno: hay que hacer todo lo posible para sobrevivir. Esto transforma al hombre en animal. Muy pocos se salvan cuando las carencias son extremas. Hoy día, cuando hay de todo, comida en abundacia, aunque mala, diversiones, aunque cutres, el hombre sufre la misma transformación, que le viene del hartazgo de todo, del aburrimiento. Preferible es, claro está, este segundo estado, que se puede mejorar con la educación. El primero la educación no lo va a mejorar. Mihail Bulgakov habla en la «La Gardia Blanca» de cómo ser hombre hasta el final en una época complicada, la de Revolución Rusa. Muy pocos resistían,sólo los que ya tenían una educación sólida..

Lo que cuenta Bulgakov es lo que va a pasar ahora. Sólo sobrevivirán los que están entrenados para sobrevivir. Y por el camino se quedarán quienes no están acostumbrados a las dificultades.

Yo si recuerdo momentos de tensión en mi niñez, cuando íbamos al pueblo los fines de semana, la comida en el plato, y la mirada inquisitoria de mi abuelo mientras nosotros, impacientes, nos moríamos de ganas por empezar a comer.
!Ay del que osara probar bocado antes de bendecir los alimentos que el Señor, en su benevolencia, nos permitía disfrutar!.

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